martes, abril 17, 2007

Cómo ahorrar y gastar en Shanghai



La esquina donde Oriente abraza a Occidente

Cuando Deng Xiao Ping subió al poder tras muchos años de ostracismo maoísta, decidió que China debía “abrir las ventanas para que aire fresco pudiera entrar”. Desde que pronunció esas palabras hasta hoy han pasado casi tres décadas y de la China comunista de la Revolución Cultural quedan escasas huellas, que se borran cuando caminas por la ciudad de Shanghai.

Convertida en uno de los centros financieros y económicos más importantes a nivel mundial, en la Gran Shanghai, puedes evitar sentirte en Oriente, siempre y cuando tengas la cartera llena de billetes o por lo contrario, adaptarte al modo de vida, y vivir como si tu sueldo mensual fuese poco más de 100 euros.
Dinámica y cosmopolita la urbe crece vertiginosamente gracias a las turbias y transitadas aguas del río Huang Pu que dividen la ciudad en dos, Puxi y Pudong. En aquellos primeros años de esplendor shanghanianos, durante la primera década del siglo XX, los extranjeros que se asentaron sobre el bulevar que recorre el muelle peatonal al que pusieron el nombre de Bund pero los chinos llaman wai tan, sólo veían al oeste de sus aguas, fango. En esa zona pantanosa de la ciudad, en sólo quince años se ha levantado una urbe financiera plantada de rascacielos modernistas que superan los 200 metros de altura y aloja a casi dos millones de habitantes. Poco se parece a la herencia colonizadora de Puxi donde edificaciones bajas de estilo neoclásico y art decó muestra la riqueza e influencia cultural que vivió en Shanghai.
Alojarte en el hotel más alto del mundo y observar desde más de 400 metros de altura el skyline de Shanghai es uno de los atractivos que te brinda Pudong. La Torre Jin Mao se aligera en el piso 87 a través de un vacío central con forma cilíndrica que hasta la planta 53 rompe la monotonía de oficinas del inmueble para albergar el Gran Hotel Hyatt de cinco estrellas. Para una vista a pájaro de la ciudad, no es un mal comienzo una visita al bar Cloud 9 en el piso 87 del Hyatt y, aunque cuesta dar con el emplazamiento exacto ya que hay que recorrer varios pasillos hasta alcanzar el lounge-bar, una vez en su interior pareces haber alcanzado el cielo. Luces tenues, música delicada, sillas de cuero, servicio competente y cercado acristalado, si bien la obligación de gastarte al menos 140 RMB y 15% de servicio, (inusual en China) evita el gentío de quien sólo van a mirar y no a consumir, concediendo al bar un ambiente de hombre de negocios con gin tonic post reunión. Aunque, tal vez, la espesa neblina que, consecuencia de la contaminación envuelve a Shanghai, impida visualizar la superficie de bloques horizontales. Recuerdo que cuando llegue, en septiembre, a pesar del calor inaguantable y húmedo, el cielo, jamás era azul, siempre teñido de gris, el que sería el color de la ciudad sino fuera por las luces que diariamente engalanan los edificios hasta las casi medianoche.
A la otra vera del río Huang Pu, sobre la calle Fu zhou, se encuentra el Hostal Capitán. Aunque no de los más económicos un buen lugar donde pernoctar por un precio razonable en la ciudad. Simulando un barco de carga que surca las aguas del río, por 70 RMB compartes camarote y descansas sobre una litera. Subes a la cubierta y en el 5º piso está lo mejor del lugar. Una buhardilla al aire libre desde que, ahora son el Hyatt, la Torre de Oriente y el distrito de Lui Jia Zui lo que vislumbras, mientras el sol y una cierta calma consecuencia del vaivén de las aguas del río parecen trasladarte a cualquier chiringuito del sur de España.
Pero si realmente busca experiencia china, donde la comunicación suponga cierto juego de mímica y estés en el corazón de Shanghai pagando por una cama poco más de tres 35 RMB la noche, entonces el sitio es el Hostal Ming Town Etour, situado en la Jiangjing Lu, sólo a cinco minutos de la Plaza del Pueblo. Aunque la fachada, con un cartel luminoso en tonos azules que te ubica, está deteriorada, arcaica y un tanto ruinosa, el interior es confortable, incluye aire acondicionado en el dormitorio, una sala con acceso a Internet y una mesa de billar.
Pasear por las bulliciosas calles de Shanghai es el único modo de impregnarse del olor de la ciudad, del ruido de las bocinas de los coches y motocicletas, en definitiva, del caos que supone la vida con catorce almas que a diario hormiguean por la ciudad.
Desde La Plaza del Pueblo donde en otro tiempo anterior a la Revolución Cultural de Mao se disfrutó de las carreras de caballos sobre el hipódromo, prohibidas por el régimen por su carácter de pasatiempo frívolo, existen dos alternativas para bajar al muelle. La primera de ellas, si cabe la más agitada y escandalosa pero a la vez más vivaz, y que es representativa de la transformación de la ciudad en los últimos años es bajar hacia el sur por Nanjing Lu. Al anochecer, sus luces de neón se convierten en la estela de miles de almas que, influenciados por grandes carteles de colores que golpean al unísono del rozamiento de las máquinas contadoras de billetes de 100 RMB, vacían sus bolsillos entre boutiques internacionales de moda, departamentos comerciales, puestos de seda, tiendas de té, café y multinacionales de comida rápida al estilo occidental hasta, alcanzar el malecón y toparse con la arquitectura colonial de aquel primer esplendor de la ciudad.
La otra es deambular por Fu Zhou Lu donde un enjambre de casitas bajas de donde en vez de rótulos de neón y pantallas se cuelgan ropas y sábanas, y en vez de pararte frente a escaparates puedes visitar la librería más grande de Shanghai y sentarte sobre las escaleras mientras ojeas planos antiguos de la ciudad y confirmas el vertiginoso desarrollo de la metrópoli.
Donde antes se reunían hombres de negocios que jugaban al polo y al tenis mientras la otra realidad china eran los fumaderos de opio y un mundo de oscuro donde los gánsters hacían contrabando con mujeres, ahora se levantan complejos de los más chic y moderno. En Guan Dong Lu 17, una antigua casa de 1908 reconstruida por el arquitecto Michael Graves, está el conjunto de restaurantes de 3 on The Bund, exponente de lo que no es China en Shanghai. El tercer piso alberga la Galería de Arte Shanghai, un espacio de diáfano y amplio donde se exhiben trabajos en su mayoría de artistas chinos contemporáneos. En el cuarto piso JG, del chef francés Jean-Georges sirve comida francesa contemporánea; en el sexto Laris ofrece todo tipo de mariscos importados bajo el mando del chef australiano David Laris; subiendo hasta el Whampoa Club, el chef Jereme Leung, interpreta nuevas delicatessen al estilo oriental, y el séptimo piso alberga la New Heighst, desde donde se disfruta otra bella vista de la ciudad cuando al atardecer, el horizonte se envuelve de destellos y luces. La exclusividad de la vista tiene un precio, el restaurante cuenta con dos cúpulas a modo de salones privados con mayordomo propio que si el gasto es elevado permite alquilar una estancia para dos personas, u otra mayor para seis, donde es habitual el cierre de negocios.
El Third Degree, un lounge más informal se encuentra en el último piso. Y después de comer, beber, y fumar, es tiempo para relajarse en las instalaciones de uno de los spas más elegantes y exquisitos de la ciudad, el Evian Spa. Si la frivolidad lo permite y la cartera no tiembla, en el bajo del edificio se aloja la casa de moda italiana Armani y, una de esas americanas, que dicen sienta como un guante, le harán sentirse como el protagonista de Misión Imposible III. Aunque cuando salga de ese paraíso se tope con cuatro mujeres y sus niños en brazos que suplican algo que comer, o algo que vestir y ya como un dandee bajando por la calle, suelte un “mei you”, no tengo.
A sólo unos pasos de 3 on the Bund, otro espacio M on the Bund (Guang Dong Lu 20), compite con contar con las despilfarradoras carteras y servir botellas Dom Perignon. En el 7º piso se encuentra el restaurante de comida europea y mediterránea conducido por Michelle Garnaut. En el sexto, Glamour Bar, un “lounge” al estilo neoyorquino donde una vez abandonado el ascensor de acceso, una barra de cristal ovalada en el centro y copas cual gotas de agua cristalina, cuelgan del techo. Sillones aterciopelados malvas, morados y verdes en forma de buñuelo con cojines, y pequeñas mesas de cristal, son el entorno donde suena música en directo y se reúnen caras guapas. Aparte los domingos se celebran coloquios sobre arte, gastronomía y literatura pago previo de 50 RMB.
Aunque visitar Shanghai, no tiene porque convertirse en un castigo para tu cartera sin sabor a China. Andar la ciudad es sinónimo de conocimiento y una vez conocido el distrito de Huang Pu que equivale a pasear por la calle Montaigne de París o la calle Serrano de Madrid exploremos ahora al Rabal barcelonés.
Experiencias gastronómicas exóticas en puestos ambulantes, sorteando bicicletas y baldes con cangrejos, tortugas y pescados, donde las tripas se limpian sobre la rúa y las entrañas del pescado compiten por ocupar la misma superficie que esputos con el consiguiente sobresalto de quien transita la calle por primera vez, es el paisaje de Wulumuqi Lu: la arteria de entrada desde Jin An hacia la concesión francesa.
Transitada a cualquier hora del día, llena de restaurantes donde elegir un plato se convierte en un juego entre tanta especialidad culinaria desconocida, es entonces cuando, aquello de que una imagen vale más que mil palabras se convierte en el único rasgo de decisión. Inmersos en la cultura visual, la mayoría de los establecimientos ofrecen instantáneas donde visualizar los platos donde los ingredientes forman un festival de colores: rojos, verdes y amarillos tintan los alimentos convirtiendo la decisión un juego de parchís donde no sabes que ficha llevarte a la boca. China es grande e igual de amplia y variada es su oferta culinaria. El norte se caracteriza por platos salados mientras el que el sur prefiere alimentos dulces, en el este los condimentos agrios y en el oeste los picantes.
Dos son los platos por excelencia de Shanghai es el “dongpo rou”, tiras de cerdo aliñadas con vino de Shao xing y “da zha xie”, cangrejos peludos servidos con salsa de soja, vinagre y jengibre y aliño de vino caliente nuevamente de la región de Shaoxing. La cocina de Sichuan también es muy célebre en la ciudad, imposibles de digerir sin ayuda de un ping Thing Dao, la cerveza china por excelencia dado el abuso de “hua Jiao”, guindilla. En los números 168 y 210 de Wu lu mu qi Zhong Lu, puedes degustar estas dos variedades.
Al recorrer toda la calle no dejas de toparte con puestos móviles de verduras, hortalizas, legumbres, flores y utensilios de menaje. Y un poco antes de llegar al cruce con Fuxing Lu, un pequeño mercado, cai chang, hace las delicias de los paladares más a atrevidos. Material freso, tan fresco como que está vivo; aquí encontrarás tortugas, rana, pescados, y carnes, que son matados en el instante para que te los lleves y los cocines. Otra opción durantes los fríos días de invierno son los puestos de ma la tang que, consiste en hervir verduras, hortalizas, bolas de pescado y carne en agua y posteriormente, a esa sopa se le añaden condimentos picantes. Y para los clásicos las bolas de masa hervidas, jiao zi y bao zi, rellenas o la pasta oriental: mian tiao. Todos estos menús cuestan menos de 10 RMB, dependiendo de la cantidad.
Hay dos modos de irse de comprar, el primero tirando de tarjeta de crédito en establecimientos con aire acondicionado y un dependiente a tu disposición o, con mucha paciencia, deambular y toquetear por mercados hasta hallar la prenda u objeto preciado.
La mayoría de las grandes marcas internacionales se encuentran en las calles y centros comerciales de Nan jing Lu y Huai Huai Lu, o el complejo turístico de Xin tian di que se compone de una serie de avenidas y construcciones de piedra simulando la antigua arquitectura china donde se alojan tiendas, centros comerciales, cines, restaurantes, bares y pubes. La segunda de las opciones está dispersa por la ciudad. Donde en un tiempo estuvo el mercado de Xian Yang (detrás de la boca de metro de Shan Xi) ahora hay un solar ocupado por ocho grúas. Pero aún así es fácil al caminar por la zona y toparte con personas que al grito de “Lady: watch and bags”, llaman tu atención. Si los sigues te llevan a unos pisos francos, de escaleras estrechas, 15 cm a lo sumo, y techos bajos. Una vez dentro, te muestran un escaparate de bolsos, carteras y gafas originales de las grandes marcas a precio mucho más asequibles que éstas. Las adquisiciones te la llevas en una bolsa de plástico, por supuesto, negra, para evitar que se descubra el interior. Las imitaciones baratas, de mala calidad que se ven sobre bicicletas oxidadas en pijamas de dormir, las encuentran en el mercado de Fengshan, en Nanjing Lu, o en el bajo de la parada de metro de Museo de Ciencia y Tecnología. Aunque si lo que quieres es moda china asequible, el lugar es el mercado de Qipu Lu, donde hay tres edificios de ropa en la intersección de Henan Lu con Qipu Lu. En el interior jóvenes shanghanienses en salones de manicura y peluquería; pegatinas, zapatos, maletas; cualquier tipo de artículo puedes conseguir entre estas paredes, incluso unos lunchacos a pesar de ser considerados en algunas partes de Europa, armas blancas. Dependiendo de tu habilidad para el regateo, puedes conseguir gangas por 20 RMB. Y en el exterior, bullicio y vocerío de mujeres que venden perlas falsas, hombres que te agarran del brazo para enseñarte su mercancía de imitación, niños en la calle haciendo acrobacias; este es un lugar donde aparte de comprar, el viajero descubre a aquellos que en cuanto tienen ocasión salen de China para montar sus almacenes.
Esta urbe que a principio del siglo XX era una pequeña ciudad de provincias, en la década de los años 20 y 30 fue morada y escenario sobre el que se asentaron los escritores de la Edad de Oro de la Literatura Moderna China. Las letras se estamparon por sus calles, y fue la escena de reunión de literatos con frescas y vibrantes influencias extranjeras que se reunieron en Duo lun Lu al norte de Sichuan Lu. Sobre ella pasearon Mao Dun autor de Zi ye (Medianoche), Lu Xun, Eileen Chang. Una estrecha circunvalación donde está prohibido el acceso de vehículos, y a sendas veras crecen árboles, lo que dota al paseo de cierta tranquilidad, idónea para leer, visitar las casas de escritores y sentarte en una Casa de Té, mientras corren los niños, pasean los ancianos o simplemente, el tiempo ajeno al desarrollo metalúrgico de la ciudad que brota a sus espaldas, se evapora. Al inicio de esta singular calle está el Museo Duo lun donde se exhiben interesantes trabajos de artistas contemporáneos. Y no muy lejos de allí, el Parque de Lu Xun que cuando despuntan los primeros rayos del alba, se reúnen octogenarios hábiles a practicar movimientos del arte milenario del tai-chi.
Aunque por defecto la capital del arte Chino es Beijing, Shanghai, tímidamente ofrece espacios para la promoción de nuevos creadores chinos. Al norte del riachuelo Su zhou, esta Mo gan shan Lu, donde puedes pasear y hablar con los artistas mientras esperan a que se seque su obra en lo que fuera un complejo industrial y ahora son más de una treintena de talleres y estudios donde es imprescindible asomarse para percibir las nuevas corrientes artísticas. Todos los sábados en uno de estos espacios, Bandu hay conciertos de música tradicional china. Buena ocasión para oír el di-zi (flauta travesera), la pi-pa (laud de cuatro ruedas) o el sonido celestial del gu-qin (viola de dos cuerdas). Todas las actuaciones son gratis, por lo que se recomienda llegar con tiempo suficiente si no quieres disfrutar de la armonía de los sonidos líricos chinos desde fuera del local, lo que supone perderse la dificultad con la que manejan los instrumentos donde el tono es más importante que la melodía, y antiguamente la equivocación podía significar la caída de una dinastía.
“Da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones” No importa cómo viajes a Shanghai, sólo que la conozcas.

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