lunes, enero 29, 2007

Esto es seguridad

Hay dos cosas en esta ciudad que me provocan algo cercano al pavor.Lo cierto, es que ambas cosas están algo relacionadas si tengo en cuenta que cada vez que salgo a la calle me las encuentro, pero oye, ningún miedo evitará que las calles de Shanghai sean mías.
La primera de ella es cruzar la calle, guo malu, voy a enseñaros que ya domino el hanyu. Aunque existen en las avenidas principales unas personillas que se encargan de regular el tráfico, y que te obligan a subirte a la acera mientras que esperas a que el disco se ponga en verde. Aunque semáforon reglen el vaivén de autos, bicis, motos eléctricas (donkeys), transehúntes, carros, y armatostes ambulantes, pasar de un extremo a otro de la rúa es una de las experiencias más peligrosas con las que hay que lidiar diariamente. Os aseguro que al principio es gracioso, que hasta las bocinas parecen música, que los gritos de los biciclistas te producen cierta carcajada hacia dentro y comprendes que como son tantos, el caos es inevitable, pero tras cuatro meses, hay días en lo que la paciencia no sabes donde la has dejado. Siempre que cruzo, Yan an lu, la circunvalación que recorre la ciudad ocurre lo mismo. Se trata de una carretera de entrada a la ciudad, como la A-6 en Madrid, cuatro carriles en sendos lados. Y oye que si está en rojo el disco y en verde el hombrecillo, yo cruzo atravieso la calzada, mientras los autos esperan. Pero no, aquellos coches, casi siempre taxis que no van a continuar recto sino girar a la derecha o izquierda se creen que la calzada es de ellos, y previo aviso de bocina o sin el, ahí que van quedándose a milimetros de tu cuerpo. Y oye, que si no llueve o no hace frío da igual...pero haciedno malabares con el paraguas, con la escasa movilidad que supone vestir cinco capas de abrigo, sólo pido cruzar y no morir en el intento. Les insulto, suelto un joder!! y una mirada magnum que les deja helados, ya ves, hay veces que salgo sin doña paciencia. Se de casos en los que han optado por aporrear los coches, yo de momento macarra, pero lo justito.
El otro de los miedos son los andamios. Si, lo cierto es que abundan en la ciudad, son parte del paisaje y no precisamente porque armonicen con él. Cualquier construcción pequeña es susceptible de convertirse en telearaña de bambú para luego ser acero o vidrio, dos de los materiales que más lucen en la ciudad.
Yo creía que existía algo parecido a la seguridad de la construcción y que por lo visto era un gran libro con ciento de normas donde la tranquilidad de que la vida del obrero perviva tras su trabajo es una de las máximas. Pensé pero me equivoqué, se me olvidó que en algunas situaciones aquí sigue vigente cierta modernización del Código Hamurabbi, y allí donde antes de cortaban una mano al ser sorprendido robando, ahora te abuchean públicamente si ejerces al prostitución. Pero de leyes y estados de derecho que hable quien sepa.
Lo que mis ojitos, no muy grandes pero abiertos, no niegan es que no puedes trabajar sobre un décimo piso, saltando sobre troncos de bambú (por muy firmes y robustos que sean), sin seguridad, sin arnés al menos; y a la vez, cargando con materiales. Por mucho equilibrio, por muchas acrobacia que hagan los chinos, una ráfaga de viento puede hacer tambalear el cuerpo de aquel que juega en lo alto del edificio.

Y luego, la caída libre de escombros cuando rodeas la construcción. Suerte, si una manta cubre el esqueleto porque casos hay donde las piedras se desploman sobre la acera.
Y pensando un poco, hay un tercer miedo, consecuencia de una fobia infantil, los perros. No los que he comido sin darme cuenta, sino los que pasean y se ceban para luego servirse en el plato, porque a saber...!!

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