jueves, marzo 08, 2007

Donde el agua se obtiene de los pozos y el arroz se recolecta diariamente

Vietnam es salvaje y feroz. Hanoi es bullicio y al noroeste de la capital:serenidad. Los asombrosos paisajes de la provincia de Hoa Binh esconden, entre las montañas sobre los valles, cinco de las 56 etnias minoritarias que viven en este país.
Sólo 150 km me separan de la aldea de Mai Chau pero la relación espacio-tiempo se dilata porque sobre las carreteras ruedan muchas motos, coches, buses, camiones y alguna bici que convierten a la circulación en un excitante desafío donde el pacto entre los vehículos es vital para que cada uno alcance su destino. Sobre la vía, de unos tres metros de anchos, está pintada, en ocasiones, una línea blanca longitudinal y continúa que se covierte en la guía cuando sendos bordes de la calzada están reservados para las motos y la cuneta para puestos de verduras.
Un trayecto movidito, como se dice cuando algún sobresalto provoca un cierre de ojos y apretón de puños.
Cuando salgo de la furgoneta, estiro mis piernas y observo los verdes campos de yuca, caña de azúcar y los infinitos arrozales que serán testigos de mi caminata.
En la aldea de Poom Coom tengo mi primer contacto con la etnia Thai y conozco a Dung que será junto con Hero (que me acompaña desde Hanoi),la brújula en mi travesía. Tras un descanso para almorzar y coger fuerzas abandono la tracción de las ruedas de la furgoneta y las sustituyo por la fuerza motriz de mis piernas. Renuncio al sedentarismo y durante tres día me convierto en nómada errante por laderas y caracol con mochila a cuesta.
No hay carretera, ahora asciendo por las mismas rutas que utilizan los miembros de la aldea Xa Linh, morada de los Thai Negros, en su búsqueda diaria de agua para recogerla en sus cestos que cargan sobre su espalda. Niños escondidos entre ramas y hojas, salen a mi paso y miran, atónitos su imagen en la pantalla de mi cámara digital. Y se ríen mientras descansan antes de continuar con el laborioso y lento proceso que supone cosechar arroz, principal fuente de economía vietnamita. Y es que arroz,se convierte en Vietnam en indicador económico. Una familia pobre será aquella que no cuenta con 13 kilos de arroz por persona. De ahí que los arrozales sea la manta que cubra a este estrecho y alargado país regado por uno de los ríos más largos del mundo: el Mekong, llamado por los vietnamitas "el río de los 9 dragones" por la cantidad de afluentes y canales en los que se divide. Piso zonas montañosas, donde pistas, en ocasiones embarradas, son las únicas vías de comunicación entre aldea y aldea. El valle invadido por campos de arroz es fango. El sistema de terrazas que se utiliza en las montañas para cultivar este cereal permite controlar las inundaciones y deslizar la tierra con ayuda de diques.
Y mientras desciendo hacia la aldea de Hang Kia habitada por la etnia Hmong Roja me cruzo con las mujeres que vuelven a casa con sus cestas sobre los hombros después de trabajar en lo arrozales. Me sorprende su vestimenta. Faldas de colores, fabricadas por ellas mismas con lino que plantan en la aldea. Una blusa negra y collares plateados que cubren casi todo su cuello y guardan al alma del cuerpo. Grandes pendientes cuelgan de sus orejas y para proteger sus piernas visten polainas, y en sus pies unas chancletas blancas. Los HMong son un pueblo muy armonioso que viven en comunidades de linajes en las que el jefe de la aldea, temprano, cuando la niebla aún cubre el valle decide sobre los asuntos comunes. Existen distintas variedades de este grupo étnico: Hmong blanco, negro,rojo y hombre Hmong que se concentran en zonas d emontañas de las provincias de Ha Giang, Tuyen Quang, Lao Cai, Yen Bai, Lai Chau, Son La, Cao Bang y Nghe An. Se calcula que son casi medio millón de personas.
Lo que más me sorprende al recorrer los caminos que separan unas casas de otras es la cantidad de niños que corren por doquier. Descalzos con las uñas negras y mocos que cuelgan de sus narices van de un lado, corriendo y un tanto desconcertados ante mi presencia.
En este aldea, el agua es una escasez, no hay río cercano y sólo Gang a Vang el jefe de la aldea posee un pozo. En su casa pasaré la noche. En su choza alargada con tres estancias viven seis personas que duermen todas sobre una tarima alargada de madera sobre la que una manta hace de colchón. Todos juntitos, tres generaciones. Cuentan con luz eléctrica pero no con agua corriente o gas para cocinar. Los alimentos se preparan sobre la brasa de unos cuantas ramas de madera arrancadas de los melocontoneros que cubren la aldea.
La niebla flota sobre las montaña y cubre el valle cuando ocurece y al amanecer y ahí sigue: diluyéndose. Testigo silencioso de los ladridos de los perros y el canto del gallo al alba.
Temprano dejo atras la aldea de los Hmong y comienzo a recorrer la senda que timidamente se abre paso entre el bosque tropical. La pista empinada y estrecha, rocosa y solitaria con troncos horizontalmente colocados que sirven como frontera y marcador de la propiedad de cada linaje, se extiende sobre toda la ladera hasta alcanzar la aldea de Tai negro.
Los Tai actualmente son más de un millón de personas que viven en las cuestas más bajas de las montañas. Este emplazamiento les proporciona acceso a agua. Son muy cordiales, más que los Hmong quizás debido a que al contar con agua viven más cómodamente. Son un pueblo antiguo principalmente agrícola. Las mujeres como en el resto de pueblo son las encargadas del cultivo, los hombres deciden pero no actúan. La adoración de los antepasados en uno de los ritos religiosos que carazterizan a esta minoría.
Aunque los Tai Negro adoran al dios de la tierra y para venerarlo construyen altares en frente de sus hogares.
Tras recorrer durante cinco horas las laderas de las montañas sin cruzarme con nada más que paisajes silvestres y naturaleza bravía donde no ha pisado la evolución industrial arribo a la villa de los Tai blanco en Van.
Mi morada es la casa de la señora Oong, que cuida y organiza la vida diaría mientras su marido está en la ciudad. Sus cabellos son negros como el azabache, sus brazos y manos largos como el cuerpo de una serpiente y su vitalidad, a pesar de sus 60 años, inagotable. Ofrece té, calienta agua en teteras de acero para que después de dos días de caminata por la montañas pueda aserame entre tres paredes de cemento con una cortina. Al atardecer cuelga mantas y lava telas y cuando termina se acicala. Cubre su cuerpo con una túnica negra hasta las rodillas y se recoge el pelo.Me contará después, mientras saboreamos vino de arroz (híbrido de aguardiente y tequila), que sólo llevan la melena suelta aquellas mujeres sin compromiso. Y continúa, moviendo sus largos brazos y manos que desde el momento en el que te casa, te atas el pelo. Las mujeres, libres de compromiso, lucen largas melenas morenas que casi cubren la totalidad de su espalda.
Las viviendas de los Tai se levantan varios metros de la superficie mediantes cuatro tabiques de madera en cada esquina. El interior se recubre con ramas de bambú tanto el suelo como las paredes y, el techo a dos aguas, se refuerza con listones de maderas. Son espacios diáfanos y volubles que se transforman según la necesidad en cada momento. A la hora de comer nos sentamos alrededor de una bandeja y para dormir una finísima colchoneta.
La provincia de Mai Chau es agnóstica. En ella viven 47.100 personas de las cuales 46.548 se declaran no creyentes. Los Tai rinden culto a sus ancestros. COnciben la muerte como un adiós provisional, una etapa donde hacia el otro mundo, en el que se reunirán de nuevo. En frente de la puerta principal de la vivienda colocan un altar con ofrendas y cuando organizan un encuentro o un banquete ningún participante se colocará de espaldas al altar.
Tras pernoctar en la aldea de Va, continúo mi travesía hacia Xam Khoe. atravesando aldeas humildes en las que sobreviven los agricultores y campesinos.
Abandono las montañas y los caminos son llanos y áridos (sensación que se tripicla consecuencia del húmedo calor).Un intento de prosperidad inunda los caminos por los que circulan jóvenes en bicicleta que van y vienen de la escuela. Dependiendo de la procedencia, algunos estudiantes pedalean o caminan 7 km. Muchos se quedarán en sus casas recolectando arroz. Del interior de las cadas suena música que se mezcla con el rugir de las motos de procedencia rusa montadas por los nuevos jovenes vietnamitas que, a ritmo de Hello!! saludan al forastero.
Caminante no hay camino se hace el camino al andar. Qué gran verdad!! Efectuando un movimiento mecánico como es el de mover un pie tras otro, he viajado en el tiempo(me atrevo a decir), en el conocimiento de las costumbres; he descubierto procesos de agricultura y he reflexionado sobre las claves del desarrollo.
Esta profunda trayectoria a través de montañas y valles, rodeada de naturaleza y exenta de tecnología es aliento para el alma y éxtasis para el cuerpo. Es simple camino, simple vida

1 comentario:

mcg dijo...

ME HA ENCANTADO!!!!!!
HE APRENDIDO UN MONTÓN LEYÉNDOTE, LEYENDO TANTAS COSAS SOBRE LA CARA ORIENTAL DEL PLENETA, SU VIDA, SU HISTORIA, SUS GENTES, SU CULTURA...
ME FLIPARON, SOBRE TODO, LAS FOTOS DE VIETNAM. SI TENÍA GANAS DE IR, AHORA MÁS.
BESOS.

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