Estos días, los medios nacionales que aún hacen un hueco a la
información internacional se fijan en el Congreso del Partido Comunista Chino,
donde el actual presidente será reelegido. Las comparaciones con Mao Zedong se
repiten en uno y otro sentido. Hoy toca ver si es o no Xi Jinping el nuevo Mao
Zedong de China y por qué.
El mundo observa al presidente chino Xi Jinping con
preocupación. No solo porque ha estado reconcentrando el poder en manos del
gobierno central, sino también porque muchos creen que su radical campaña
anticorrupción es la fachada de una purga política. Preocupa que Xi esté
creando un culto a la personalidad muy similar al que rodeó a Mao Zedong y
alimentó la Revolución Cultural. ¿Estamos o no ante un nuevo autócrata?
Para responder a esta pregunta es necesario conocer quién es
y de dónde sale Xi Jinping. Xi nació en 1953, es un “príncipe rojo”, hijo de Xi
Zhongxun, uno de los principales dirigentes del PCC. Su padre había sido
vicepresidente de la Asamblea Popular y vice primer ministro antes de ser
marginado por Mao Zedong y rehabilitado por Deng Xiaoping en las luchas
fraccionales de 1960-1970. Xi contribuyó a la puesta en práctica de las
reformas económicas promovidas por Deng en la década de 1980 que, la siguiente
década, abrieron el camino al desarrollo capitalista.
Xi Jinping es él mismo uno de los “jóvenes educados” enviado
en 1969 al campo a “aprender de los campesinos”, después de la Revolución
Cultural. Permanecerá de 15 a 22 años en Shaanxi. A partir de 1982, empezó a
ejercer responsabilidades en Hebei, Fujian, Zhejiang – es decir, en las
provincias costeras del este y noreste-, donde se permitió la inversión de
capital extranjero.
En 2007 fue impulsado al Comité Permanente del Politburó, el
núcleo de la dirección central del PCC. Este curriculum le permitió anclar su
poder en una red de relaciones. “Reformador” capitalista, ha sido también un impulsor
de la expansión internacional del nuevo imperialismo chino.
Al igual que otros “príncipes rojos” antes que él, Xi ha
recuperado algunos gestos maoístas, al tiempo que aplica una política opuesta
en lo esencial a la de Mao, tanto a nivel nacional (desarrollo capitalista)
como internacional (expansionismo sin fronteras). Se reconoce así que la retórica
anti-maoísta no es útil hoy en día.
Al levantar la bandera de la lucha contra la corrupción, Xi
intenta hacer frente a una crisis importante para el presente régimen, justificar
la eliminación de rivales y asegurarse el apoyo popular. Las posiciones de
poder y el enriquecimiento van a la par en la China contemporánea. A menudo son
los clanes familiares los que, por medios legales o ilegales, se benefician del
acceso a una posición de poder de uno de los suyos, mientras que los críticos terminan entre rejas. La huella de Mao es evidente.
Fuente original: Europe-solidaire