Hacía muchísimo, mucho, muchísimo que no caía por aquí, sin embargo, el motivo lo merece. Mi querida China es una amenaza, dicen los miembros de la Alianza Euroatlántica, es decir la OTAN. Una organización que cuando viajé por primera vez a Shanghái allá por 2006 estaba casi reducida a una pregunta de Selectividad. Casi dos décads después, en concreto, 16 años, es el instrumento para preservar la paz, la democracia, la libertad y la economía. Han pasado tantas cosas. A China no he vuelto desde que me fui (obvio) en 2008, creo recordar o quizás 2009. Recuerdo que primero los JJOO y luego la Expo de Shánghai de 2010 endurecieron los visados y sin trabajo, era imposible quedarse. Por entonces, también me había enamorado. Regresé, como diría Sabina, a la maldición de los bares de copas de Madrid.
Sin entrar en detalles, lo importante es que hoy me apetece contar qué ha pasado desde entonces. Lo más relevante Hu Jintao cedió la presidencia a Xi Jinpipng en 2013 y casi una década después sigue al mando, lo que no es raro. Tras los JJOO y la Expo China logró mostrar una imagen de modernidad y confianza. Continuaba siendo la fábrica del mundo pero a la par una gran oligarquía al puro estilo ruso emergió, a diferencia de que tras años de ostracismo y una economía primaria, apostó por la tecnología y se convirtió en el hub tecnológico mundial: baterías, móviles, chips, conductores... Sin una legislación laboral definida y con una infinita mano de obra, ajena a reivindicaciones sociales, que con un televisor, una tablet y, quizás un coche, empezaba a sentirse libre pese a no tener ni voz ni voto, se sentía parte de la globalización, por fin, tras años de ostracismo.
Poco a poco y de manera silenciosa, lograron hacerse con el know how de las principales multinacionales mientras en Occidente se debatía sobre el Clima y se combatía a los talibanes y los yihadistas tanto en Siria como Irak. En España gobernaba Rajoy. La recuperación económica tras la crisis de las Subprime que azotó todas las economías europeas era la prioridad. Merkel apretaba y Sarkozy apelaba al esfuerzo para salir de la crisis. En China, donde desde principios del siglo XXI gracias a la enémisa revolución industrial y un férreo control del yuan, crecía a dos dígitos, empezaba a toser, pero sin costiparse.